¿Qué es un concierto? Esencialmente...

Anoche viví una experiencia tan increíble que apenas encuentro palabras que puedan reflejarla... Anoche fui a un concierto. 



Fui a ver a uno de esos artistas por los que una siente una devoción que traspasa los límites de lo comprensible para el común de los humanos.
Anoche fui a ver un concierto de Enrique Bunbury, en la gira de su último disco "Expectativas".

Y no... esta entrada no es una crónica del concierto. 🙈

Surge, por una parte, de la enorme gratitud que siento por haber vivido una energía tan poderosa, no solo en la noche de ayer, si no en tantas y tantas noches y días donde la música ha sido el vehículo para conectarme con el mundo y con la vida. Bunbury representa una parte esencial de mi vida como músico y, de alguna manera, siento una simpatía espontánea hacia él.
Y, por otra parte, de la reflexión que me nació anoche en mitad del concierto:
¿Qué es un concierto (esencialmente)? 
Aunque la pregunta parece obvia, creo que se merece una entrada y escarbar en ella para llegar a algunas ideas menos obvias.

Lo que anoche experimenté fue una auténtica comunión, un punto de encuentro entre los artistas que estaban en el escenario, los miles de personas que estábamos en el Palacio de los Deportes de Madrid, y yo; pero no solo entre quienes vivíamos ese concierto, también sentí esa conexión hacia todos los seres humanos, puesto que somos, en esencia, lo mismo: reímos cuando algo nos divierte, lloramos cuando algo nos conmueve, sentimos el dolor de quien sufre y vivimos con alegría y orgullo los éxitos de otros.

Esto es la música para mí: una energía compartida, humana, que nos estremece y nos recuerda que, por encima de todas las cosas, somos la misma materia, que estamos hechos de lo mismo.

Por eso, me cuesta entender por qué en las escuelas de música y en los conservatorios no se realizan conciertos (de verdad). Me refiero a esos conciertos donde el tiempo se detiene y sonríes como acto reflejo; esos conciertos que alimentan el alma, acallan las voces internas, el sonido adquiere forma y no hay espacio para el odio ni el miedo.
Y así, siempre, debería ser un concierto.

Algunos alumnos míos se sienten asustados y temerosos ante la fatídica fecha, el día señalado en el calendario junto a rayos y truenos que incrementa su ansiedad hasta donde no son capaces de dominar. Ese día temido e intimidante: el día de la audición.
Y es lógico que lo vivan así (yo también lo sufrí), puesto que, en realidad,
una audición se parece poco o nada a un concierto.
👉  Para empezar, en una audición tocas, con suerte, dos o tres obras (no mucho más de 15 minutos, y en los casos de los principiantes, apenas 2 o 3 minutos). Con una duración tan brevísima, es díficil tener tiempo para sentirse a gusto en el escenario porque, para cuando empiezas a estar cómodo, has terminado. Algunas veces, en mis años de estudiante, pensé al terminar la audición: "Ojalá pudiera volver a tocar... Ahora lo haría mejor".

Los músicos autodidactas que comienzan tocando en bandas casi desde el principio, trabajan con la música de una forma muy distinta (y en mi opinión, mejor) que los músicos de los conservatorios. ¿Por qué? Básicamente,  porque se meten en un local de ensayo a construir un repertorio con un objetivo claro: dar conciertos. En algunos casos, los temas son propios, lo cual implica, además, la pericia y la reflexión acerca de cómo hacer una buena canción (algo que se parece mucho a la labor de investigación 👀 ).
No se subirán a un escenario hasta que tengan un repertorio de, al menos, 50 minutos (quizás menos si comparten escenario con otro grupo). En cualquier caso, para cuando pisen escenario, habrán pensado muchas veces en ese momento y habrán dedicado muchas horas al hecho en sí mismo: al CONCIERTO.
En cambio, en los conservatorios los alumnos estudian para dominar un instrumento. Se dedica muy poco tiempo (ninguno) a pensar en el concierto como un objetivo en sí mismo
Y así, para cuando llega el día de sacar de su habitación la música que llevan meses perfeccionando, están dominados por el miedo, temerosos de hacerlo mal, porque lo importante no ha sido el concierto, sino el instrumento.

Para un músico, el objetivo es el concierto. Como para un escritor, un libro, o para un cocinero la comida. Entonces, ¿por qué algunos estudiantes de música no quieren dar conciertos? (también algunos músicos reconocidos, por cierto).
Bajo mi punto de vista, nos da miedo dar conciertos cuando creemos, erróneamente, que el concierto es un escaparate, un lugar desde el que ser vistos y desde el que demostrar nuestras habilidades.
Sin embargo, un concierto es un acto de AMOR. Una entrega compartida y mutua, donde los músicos ofrecen una parte y el público la otra. Un concierto es la oportunidad para comprender la VIDA, para entender que todos somos uno.

Anoche, en el increíble concierto de Bunbury, me di cuenta de que daba igual quien estuviera en el escenario; es más, daba igual que hubiera un escenario. Todo lo que pasó, lo que vivimos (al menos yo lo sentí así) era un producto compartido, un espacio donde todos pusimos nuestra parte y fuimos felices juntos.
Eso es un concierto.


P.D: Bunbury, no dejes de hacer canciones, por favor. Tu música ha sido, desde el principio, una fuente inagotable de emociones que me han acompañado en mi viaje por esta vida. 
Aprendí a tocar la guitarra sacándome de oído los temas de Héroes, y Mar Adentro fue la canción que me metió la guitarra en la cabeza y nunca más salió. Desde entonces, siento tu música como si fuera mía.

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