Del miedo escénico... al placer escénico!

Pasar del miedo escénico al placer escénico es una cuestión de actitud.


Ya he abordado en anteriores artículos el tema de la inseguridad, el miedo al error o el miedo escénico, tres temas con grandes vínculos entre sí, y que casi siempre son tratados desde una perspectiva negativa, como si fuera una patología o un defecto. Sin embargo, en este artículo vamos a ver de qué manera afrontarlo para desmontar creencias irracionales y aprender a disfrutar de los conciertos.

En primer lugar, el miedo escénico conlleva a una serie de reacciones fisiológicas ante dicha emoción: el miedo. Sentir miedo ante una situación que nos expone -de alguna manera- es completamente normal; de hecho, es biológicamente normal. Nuestro cerebro está preparado para predecir posibles situaciones de peligro, de forma que pueda activar respuestas como mecanismos de supervivencia. En resumen, nuestro cerebro quiere que sobrevivamos y, ante cualquier situación que pueda suponer un riesgo para nuestra integridad, elevará los niveles de adrenalina y otras sustancias químicas presentes en el cerebro adecuadas para poner en marcha las respuestas fisiológicas que nos servirían en una situación de auténtico peligro. La cuetión es que este mecanismo neurobiológico es muy útil en una situación donde nuestra vida corra peligro, pero no cuando tenemos que dar un concierto.

👀 Entonces, ¿qué podemos hacer para modificar esa respuesta fisiológica?

Siento decirte que nada. Es una respuesta automática, generada por un perfecto sistema que está diseñado para eso, para la supervivencia.
Sin embargo, aunque no podemos trabajar sobre la respuesta al miedo, sí podemos hacerlo sobre su origen: los pensamientos o creencias que generan la emoción del miedo.
El miedo puede activarse como una conducta aprehendida, fruto del condicionamiento: «Este aprendizaje asociativo se produce tras emparejar de manera repetida un estímulo neutro con uno aversivo. De esta manera, el estímulo neutro, que en un inicio no evoca ninguna reacción en el individuo, se convierte en estímulo condicionado (EC) y provoca una respuesta condicionada» (Ávila Parcet y Fullana Rivas, 2016, p. 50).

Por ejemplo: imagina tu próximo concierto. En cierto modo, éste es un estímulo neutro, es decir, solo es un hecho más entre las muchas cosas que haces en tu vida -y que no te generan ningún miedo-. Sin embargo, ese hecho neutro se ha convertido en un estímulo condicionado porque has generado una serie de expectativas y han aparecido en tu mente una cascada de pensamientos asociados a la "integridad de tu ego" (queremos hacerlo bien para obtener un reconocimiento externo, pero también para sentirnos bien con nosotros mismos, para sentir que hemos sido "buenos" en aquello a lo que damos mucho valor). En cualquier caso, nuestras expectativas de éxito están generando el miedo al fracaso. Ese es el inicio de la avalancha producida por el miedo escénico.
👉 ¿Cómo pasar del miedo al placer escénico? Cambiando el punto de vista del estímulo. 
En lugar de vivir el concierto como una situación donde los demás van a juzgarnos como buenos o malos músicos, podemos contemplar el concierto como un momento de intercambio, de entrega a los demás, de disfrute colectivo. Podemos ir a pasarlo bien, sin preocuparnos demasiado de si habrá o no errores, ni mucho menos de qué opinión se llevarán los demás sobre nosotros.
Nadie mejor que nosotros para saber quienes somos, cuáles son nuestras virtudes, qué cosas nos hacen brillar... Trata de conocerte, de descubrir tus fortalezas, de sentirte conectado a tu esencia, y desde ahí, ofrécete a los demás sin miedo a ser juzgado.
A menudo, no es el juicio de los demás lo que nos daña, si no el nuestro propio. 

Libérate de tus propios juicios. Puede que los demás te juzguen mal, pero si tú sabes quién eres, sus opiniones no podrán hacerte daño.

Por tanto, no vayas a un concierto a buscar reconocimiento, sino a compartir tu pasión con los demás.


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Bibliografía:

Ávila Parcet, A. y Fullana Rivas, M.A. (2016). El miedo en el cerebro humano. Revista Mente y Cerebro, N.78, p. 50 -51.



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